La vida nos sorprende a diario con situaciones inesperadas, de esas que nos cachetean o nos abrazan; atravesamos el camino sin saber qué sucederá, donde llegaremos, a quien nos cruzaremos o como estará el clima. La incertidumbre, casualidad y la entropía domina y controla todos los fenómenos existentes. Es imposible saber si al caminar un día de lluvia pisaremos una baldosa floja que nos mojara por completo el pantalón, si el ómnibus nos empapara al pasar bestialmente sobre un charco, si te encontraras con un amigo que te llevará en auto hasta la puerta de tu casa o si en el super conocerás a la mujer con la cual terminarás conviviendo y viajando a Hong Kong; Es imposible prever todas estas cosa.
Es por esto que a lo largo de mi vida me he preparado para saber qué hacer ante algunas situaciones inesperadas, de todo tipo de situaciones, a tal punto que ya he gastado diez millones de dólares infinidad de veces en mi cabeza. Sé exactamente qué hacer si esa cifra algún día me llega.
Lo divertido del ejercicio de planificar cómo actuar ante las más diversas situaciones es que te lleva a pensar incluso en aquellas más absurdas, generando y alimentando la creatividad casi que a diario.
Uno de los tantos escenarios posibles que he pensado en mi vida es la aparición de un Genio. Sí, de un Genio como el azul de Aladdin. Claro que no espero ir caminando por Garibaldi y encontrarme una lámpara mágica. Pero nadie puede venir a asegurar que los genios no existen, no hay forma de negar su existencia. Como casi todo en la vida, uno puede afirmar, confirmar y probar que hay o que existe tal cosa, y esto ya es discutible de por sí, Pero nunca se puede asegurar la no existencia. No se puede afirmar que no existan las sirenas, los extraterrestres, el Kraken u otras cosas similares. Las pruebas nunca son contundentes y definitivas, siempre están bajo la amenaza de que aparezca algo que demuestre lo contrario. Pueden venir a decirme que es absurdo creer en algunas cosas, se las llevo, pero no hay nada más absurdo que la vida misma, así que si aceptamos una absurdidad aceptemos todas, o al menos aceptemos la posibilidad de la existencia de los absurdos. Seamos claros, hay gente que cree en Dios el cual tiene el mismo nivel de absurdidad que las sirenas.
Por eso he decidido prepararme por si acaso los genios existen y quieren concederme sus tres deseos.
El secreto de la correcta selección de los deseos está como todos saben en el detalle y contexto. Uno tiene que manejar todas las opciones de lo que puede llegar a salir mal, mientras más detalles más posibilidad de éxito habrá. Esto incluye especificar al máximo lo que queremos, y pensarlo a tal punto que los pormenores del pedido no me perjudique en nada pero tampoco a los demás, a no ser que así lo quiera. Por otra parte debemos pensar en ocultar o justificar nuestro nuevo poder o adquisición, ya que de lo contrario podría generar muchos problemas llamado la atención del mundo en general. Imagínense tener el poder de teletransportarse y que todo el mundo lo sepa. Seguro terminas secuestrado por la CIA o la NASA para someterte a distintas pruebas científicas, y eso no sería bueno para nadie que tenga algún poder o don especial. Todo se resume en detalle y contexto, al máximo.
A lo largo de mi vida he pensado en cuatro posibles pedidos para hacerle a un Genio. Después deberé enfrentarme a la decisión de dejar uno de ellos fuera, porque todos sabemos que los genios por un tema de contrato legal solo pueden conceder tres deseos. Pero ya tendré tiempo suficiente para tomar esa decisión y descartar uno de ellos.
Ustedes podrán notar a lo largo de estas notas que algunos de los pedidos están muy bien pensados, aunque en algunos casos tal vez me deje llevar por la emoción.
A continuación detallaré cada deseo, pero también el contexto de vida en el que yo me encontraba al momento de pensarlo, por que lo quería y que hubiera hecho en aquel entonces y que haría hoy.
La varita que detiene el tiempo
En el 2007 yo tenía unos jóvenes diecisiete años, a esa altura mi vida me encontraba cursando quinto año de liceo. Hasta ese entonces había un patrón en mi que se repetía año a año, siempre me llevaba matemáticas a examen, solo una vez mi suerte fue distinta. En segundo de liceo, ya sobre el final del año, la docente estaba en dudas de mandar o no a examen a algunos alumnos, por supuesto que yo estaba entre ellos. Así que puso una prueba para los “dudosos”, la consigna era clara, si me sacaba más de seis zafaba. Obviamente yo no sabía una mierda, no había estudiado ni diez minutos. Faltaba casi nada para la entrega y mi escrito estaba en blanco, completamente en blanco. Por suerte Martín, un compañero y amigo en esos años, me paso un trencito que tenía todos los problemas resueltos. Y lo copie, pero no me dio el tiempo para copiar todos, así que hubo uno o dos problemas que quedaron sin resolver, pero de todas formas alcance el seis, y ese fue el único verano liceal que no me vi envuelto entre números, signos negativos y positivos.
Pero en julio del 2007 los números, las ecuaciones y los vectores volvían a golpearme. Matemáticas de quinto tenía práctico y teórico, y juro que yo sufría durante esas horas, el tedio era insoportable y no había garabato o texto improvisado en mi cuaderno que me salvara. Sufría mucho, y la yegua de la docente no me echaba de clase por más que me esforzara, solo me ignoraba y seguía con su monólogo de números embolantes. Creo que ese año solo resolví una ecuación y fue durante un practico, la profe nos hizo hacer grupos de a dos y a mí me toco con Daniela, una compañera con la cual me llevaba muy bien. La docente dijo que aquellos que resolvieran la ecuación del pizarrón podían irse, y quedaban aún como veinticinco minutos de clase. Yo a esa altura no tenía ni cuadernola, seguramente la había dejado olvidada en algún rincón del patio luego de hacer pelotitas de papel con las cuales hacía malabares. Así que agarre el cuaderno de Daniela y le dije:
– A ver, déjame mirar.
Y les juro, que como un rayo, en tres minutos la ecuación estaba resuelta. Mi compañera me miró y me dijo:
– Sos un hijo de puta, tenes la materia con uno, nunca haces nada, pero te dicen que si resolvemos la ecuación salís veinte minutos antes y ahí sí, la resolves antes que nadie.
Increíblemente la ecuación estaba bien hecha y me fui de clase varios minutos antes. Es evidente que a la educación lo que le falta es dar con la motivación de sus alumnos.
Esa tarde de todas formas tenía que ir a clases particular de matemáticas, clase que mis padres estaban pagando para que yo diera el examen de cuarto. Examen que ya había perdido como tres veces y que cuando mis padres me habían dado la plata el año anterior para que vaya a otro profesor yo me la había gastado sistemáticamente en jugar al playstation durante la hora de clase. Así que esta vez tenía que ir sí o sí, porque no soy tan hijo de puta.
Por tanto a las diecinueve horas mientras iba en el bondi a la casa del nerd que me preparaba para el examen, yo sufría un ataque de sueño incontenible y en lo único que pensaba era en tener una varita mágica que me permitiera detener el tiempo. Básicamente lo que quería era dilatar la tortura de sesenta minutos que se venía, pero sobre todo dormir, porque Morfeo me abofeteaba fuerte.
Así fue que se me ocurrió mi primer artefacto mágico “La varita que detiene el tiempo”. Detener el tiempo implica que todo, absolutamente todo se detenga. Que el tiempo no avance, por tanto las cosas no se mueven, la lluvia no cae, la gente queda congelada. Es poner pausa al universo que siempre está en movimiento. Por supuesto que la gracia es que uno mismo quede por fuera de esa lógica, y seguir como si nada mientras el tiempo este congelado. Imagínense todo lo que uno puede hacer, todos los alfajores y postres que te podes comer robándolos del super. No hay nada que no puedas tener en este mundo. Llegas a todos lados, podes hacerles cualquier cosa a los idiotas que no te caen bien, de un segundo para otro se ven en bóxer en el medio del patio del liceo, con los labios pintados y con cualquier mierda en la cabeza; No hay deporte en el que no ganes, siempre sos el más rápido. Este poder te equipara a un Dios poderoso.
Pero uno crece y la diversión se corta, ya nada es tan divertido como lo era a los diecisiete años. Creo que hoy a la barita la usaría principalmente para robar un banco, así sin mucha vuelta.
Invisibilidad a voluntad
Estoy seguro de que todos o al menos casi todos los adolescentes pensaron alguna vez en las bondades que nos daría la invisibilidad. Este don es de alguna forma primo hermano de toda fantasía de anonimato. Es el padre protector de toda vergüenza y el cómplice perfecto de toda maldad que uno puede querer hacer.
Siendo joven y al estar atravesando la pubertad es casi seguro que lo que más queres es ver a compañeras desnudas, y no nos hagamos los recatados. Con trece o catorce años todos los varones son por esencia pajeros, y yo tenía esa edad cuando se me ocurrió la idea de la invisibilidad. Es posible que siendo niño también haya pensado en tener este poder para algún otra cosa, pero seguro que la fuerza que tiene las ganas de ver una teta en la adolescencia es mayor a cualquier cosa que un niño pueda pensar.
Debo confesar que también se me ocurría otras ventajas ante la posibilidad de la invisibilidad, por ejemplo robar alfajores del super. No se imaginan lo incómodo que es que un guardia de seguridad te tome de la espalda y te escolte hasta la puerta del supermercado porque logró ver por las cámaras que vos te llevas alfajores y golosinas en los bolsillos de la campera. Lo único que se te viene a la mente es que no llamen a tus padres, por favor que no los llamen, porque si lo hacen no solo sufrís el momento de mierda en el que sos descubierto por el guardia de seguridad. Sino que además después tenes que bancar el clima tenso en tu casa y la charla con olor a moralina explicándote que robar está mal. Puedo asegurar que no se pasa para nada bien, a tal punto que esto ha sido un secreto que nunca ha salido a luz hasta el día de hoy.
Pero siguiendo la línea, nada a esa edad le gana a la idea de ver mujeres desnudas. Entienda el lector que a mis catorce años aún no existía internet, ver tetas no era tan fácil como lo es hoy.
Gracias a Dios seguro que no fue, pero uno crece y la posibilidad de ver mujeres desnudas y coger se presentan muchas más veces de lo que uno pensaba que podía suceder.
De todas formas comentaré algunas otras cosas que se me ocurrían hacer en aquel entonces si lograba ser invisible a voluntad: Cambiar la nota de las libretas de los docentes, hacer tropezar a los idiotas, entrar a lugares en donde los menores no pueden entrar, robar todo tipo de cosas y hacer cualquier maldad que se me ocurriera a los malos (entiéndase “malos” como todos aquellos que no me caían bien y tenían un actuar muy distante de mis líneas éticas)
Sí, con trece años las problemáticas y prioridades de vida son bastante estúpidas, pero si se someten a un examen minucioso y profundo en cualquier edad y momento de la vida la mayoría de los problemas son tremendas giladas superficiales, lo cual no nos quita el dolor de todas formas claro.
¿Pero que implica la invisibilidad a voluntad?
Es simple, consta en tener un artefacto como pulsera, colgante o brazalete con dos botones, uno que active la invisibilidad y otro que lo desactive tantas veces como se me cante la gana, así de simple.
Ya ha quedado claro en qué cosas hubiera usado la invisibilidad durante mi adolescencia. Por suerte mis prioridades han cambiado, aunque aún sea interesante ver mujeres desnudas he desarrollado otro tipo de estrategias más éticas que el esconderme en las tinieblas para verlas. Y aunque con treinta y dos años he conocido muchos hijos de puta que se merecerían que le meen y escupa el agua del termo con el cual toman mate, hoy usaría la invisibilidad para robar un banco, así sin mucha vuelta.
La billetera que nunca se vacía
Una frase popular que no resiste ni a cuatro preguntas sin caerse es “el trabajo dignifica”. A qué hijo de puta se le habrá ocurrido esta maravillosa frase, ¿será que la gente realmente no se da cuenta que este mito cae en la bolsa de creencias populares infundadas?
En realidad creo que esta frase fue inventada para mantenernos convencidos de que trabajar está bien. Está bien que trabajes diez horas diarias para que tu jefe cambie el auto todos los años y vos apenas llegues a pagar las cuentas a fin de mes. Ósea, loco te tocó trabajar, esclavízate, pero tranqui que de ultima tu carga, tu obligación, ese régimen de semi esclavitud o seudo libertad en la que vivimos vendiendo la tercera parte de las horas de nuestros días !te hace digno loco! El trabajo dignifica, te lo meten hasta en la sopa, trabaja, no cuestiones esta idea que pasó de generación en generación, mantene el status quo que hace que haya gente que no trabaja porque no lo necesita gracias a que vos trabajas. Pero claro, los ricos que no trabajan igual son dignos, ahora, los pobres que no lo hacen por supuesto que no. Entonces la dignidad no está en el trabajo, sino en la plata. Como si la dignidad no tuviera nada que ver en las actitudes humanas, con lo que creemos justo y defendemos a veces sin evaluar los costos. Queda claro que para este sistema sostenido por una bolsa de mitos en forma de frases populares la dignidad es un tema económico, la dignidad tiene un monto, ósea es negociable y comparable.
A donde voy con todo esto se preguntará usted, solo es mi argumento para decir que con la realización de este deseo mandaría el trabajo a la mierda. Pero ojo, no se equivoque ¿puede uno vivir sin trabajar? No lo sé, pero la diferencia está en el trabajo que hacemos con el único fin de comer día a día y esos otros en los cuales a veces no cobramos o incluso pagamos por hacer. Este tipo de trabajo es quizás el que más he hecho en mi vida y los únicos que haría si tuviera la billetera que nunca se vacía.
A decir verdad no recuerdo con exactitud cuando se me ocurrió este artefacto, supongo que habrá sido en un momento de mi vida que me asfixiaba la falta de dinero, así que pudo haber sido en cualquier momento. Si bien nunca pase hambre, como casi todo uruguayo pase gran parte de mi vida contando los pesos a fin de mes, pero también a inició, a mediados y durante todo el mes para ser sincero.
La billetera que nunca se vacía es un artefacto bastante simple y poco original, se trata de una billetera, como su nombre lo indica, que nunca se queda sin billetes.
Su mecanismo es bastante básico, a simple vista parece tener un solo billete de cien dólares, pero al momento que este se saca automáticamente otro ocupa su lugar.
El secreto está en la seguridad y nuevamente en el anonimato del artefacto. En cuanto a la seguridad se debe tener en cuenta no perderlo y que no te lo roben. Para evitar esto es fundamental contar con una caja fuerte de gran seguridad y que esté escondida en un lugar que solo nosotros conozcamos. Pero a su vez debe ser de fácil acceso para nosotros. De esta forma se podrá hacer extracciones periódicas y no depender de ella a diario. También debemos saber que no podemos ir siempre al mismo cambio para pasar esos billetes a pesos por que levantaría grandes sospechas. Así que conviene tener una lista de todos los cambios que hay en tu ciudad, incluso en el país entero.
El anonimato como decíamos recientemente es importantísimo, imagínense que la gente sepa de esta milagrosa billetera, cualquier ser en su sano juicio querría poseerla.
Es importante asegurarse también que los billetes sean reales, es decir que no sean mágicos o falsos, y que se desprendan de un lugar real. Cualquier economista podría explicar con facilidad los problemas que generaría crear plata nueva. La verdad es que yo nunca los entendí, pero por algo no estudie economía.
Así que se me ocurrió que estos billetes se desprendieran en un orden de uno por uno de las cuentas de Bill Gate, Mark Zuckerberg y la familia Rockefeller. Seguramente que estas personas ni siquiera notaran la faltante de dinero de sus cuentas, porque a decir verdad no necesito sacar millones, con vivir tranquilo y que no me rompan los huevos me es suficiente. Con comprar un auto, una chacra con caballos y patos y pocas cosas más estaría pronto.
Quizás el mayor problema está en el lavado del dinero, es decir sería bueno tener alguna empresa que justifique los ingresos, pero tampoco me preocupa mucho, ya aparecerá oportunidades en donde invertir, y si me fundo me chupa un huevo, Bill Gate tendrá más billetes para mí.
Tener los poderes de Wolverine
Ta, lo admito, capaz que acá se me fue un poco la moto. Pero no pueden negar que estaría grandioso tener los poderes de Wolverine. Imagínense no envejecer y poder vivir más de trescientos años, no enfermarse y curar las heridas de forma inmediata, tener supe fuerza, ser ágil como un leopardo y que tus huesos sean del metal más duro del planeta. Ta, es lo mejor, te convertís en un semidiós automáticamente.
Debo admitir que no he pensado mucho en las utilidades de este deseo. Pero creo que me pondría un traje y saldría por la noche a hacer justicia, mi visión de la justicia por supuesto, la cual dista mucho de la idea social que tenemos.
En resumidas cuentas aparte de transformarme en nómade y vivir viajando, conociendo lugares y haciendo travesías que a un simple mortal le implicaría años de entrenamiento, creo que en algún momento también robaría un banco, así sin mucha vuelta. El hecho de que las balas no me hagan daño y que no haya humano que pueda detenerme son sin duda una gran ventaja. Eso sí, planearía bien la fuga para evitar confrontaciones absurdas.
Como pueden observar tengo cierta tendencia criminal, en cada uno de los cuatro deseos haría algún acto ilícito. Lo único que espero es que ustedes lectores, si les gusto algún pasaje de este texto o de algún otro, estén dispuestos a hacer una vaquita para pagar mi fianza si es que alguna vez la necesito. Porque si bien nadie puede negar que los genios existan, si se puede afirmar que hay más chances de que yo termine preso a que se cumpla alguno de estos deseos.